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En el vacío de lo trascendente se engendra la soledad del hombre. Es en esa ausencia de la mirada escrutadora cuando la semilla de la conciencia comienza a germinar. El hombre, en su ensimismamiento vaciado de todo lo dominador, forja su propia libertad diluyendo la fuerza de la poesía, fuerza que le permitía acceder a lo insondable del ser.
En la soledad el hombre, sin raíces a las que aferrarse, se eleva en una autoafirmación aventada por el solo viento de la conciencia.